Discurso de aceptación GRAIN
5 de diciembre, 2011
Hace seis semanas, el 26 de octubre, un campesino murió y otros 21 resultaron heridos, diez de ellos en estado crítico, en el poblado de Fanaye en el norte de Senegal. También ellos intentaban frenar el arrebato de sus tierras. Los funcionarios del gobierno habían entregado 20 mil hectáreas alrededor de su territorio a un empresario italiano que quería cultivar remolacha y girasol para producir agrocombustibles para los automóviles europeos. El proyecto desplazará poblados enteros, destruirá áreas de pastizal para el ganado y profanará cementerios locales y mezquitas. Ganaye no es un caso aislado. En los últimos años, casi medio millón de hectáreas en Senegal se han cedido a empresas agroindustriales extranjeras.
Podríamos continuar con muchos ejemplos de cómo es que es expulsada, criminalizada y en ocasiones asesinada la gente que lo único que quiere es cultivar alimentos y vivir de la tierra (con tal de dar cabida a la producción de mercancías de exportación o a la opulencia de otros). Hoy, somos testigos de nada menos que un asalto frontal a los campesinos del mundo. Esto no ocurre sólo en el Sur global. Aquí en la Unión Europea, hemos perdido tres millones de establecimientos agrícolas desde el año 2003. Esto significa la quinta parte de todas nuestras granjas en tan sólo ocho años. Vivir de la tierra se ha vuelto más difícil y, en muchas partes del mundo, más peligroso conforme pasan los días. Los campesinos que han estado alimentado al mundo durante miles de años —y lo siguen haciendo— son ahora calificados como retrógrados, ineficientes; como obstáculos para el desarrollo. El mensaje para nada sutil es: “deberían dejar de existir”.
Pero estos pueblos, por todo el mundo, luchan y resisten. En todos los rincones del planeta existen dinámicos movimientos de resistencia y reconstrucción, donde la gente está luchando para defender sus territorios y mantener sus sistemas alimentarios, sistemas que les permiten adaptarse y resistir.
Los campesinos pueden alimentar y enfriar el planeta
Vía Campesina, el movimiento campesino internacional, le ha llamado al 5 de diciembre el “Día Internacional de la Soberanía Alimentaria para Enfriar el Planeta”. Justo en este momento, los miembros y aliados de la Vía Campesina están saliendo a las calles en Durban, Sudáfrica, para protestar por las negociaciones de falsas soluciones al cambio climático, y para insistir en que los campesinos no sólo pueden enfriar el planeta sino que pueden alimentarlo. Y tienen razón.
El mundo necesita soberanía alimentaria desesperadamente. Es nuestra mejor esperanza para resolver las crisis más acuciantes del planeta. Hoy, más de mil millones de personas no tienen suficientes alimentos que comer. Un 80 por ciento de estas personas son productores de alimentos que viven en el campo. Esta intolerable situación no se debe a falta de comida o tecnología. Se debe a las políticas gubernamentales que deliberadamente reemplazan la agricultura campesina con un modelo industrial impulsado por las exigencias de las corporaciones transnacionales. Este modelo produce mercancías para los mercados globales. No alimenta ni puede alimentar a la gente.
También pueden alimentar al mundo. A principios de este año, el Relator Especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación presentó un informe que mostraba que la agroecología, con los apoyos suficientes, puede duplicar la producción de alimentos en regiones enteras en un lapso de diez años, y al mismo tiempo mitigar el cambio climático y aliviar la pobreza rural. Otros han mostrado que las políticas orientadas a promover mercados locales, los circuitos cortos y la agricultura campesina, contribuyen a ese mismo fin. El punto es tan simple como mantener los alimentos en manos de la gente, no de las corporaciones.
No obstante, nunca antes habían estado tan en riesgo de extinción los campesinos, los pescadores y otros productores de alimentos.
Detengamos el acaparamiento de tierras
Nunca antes se había invertido tanto dinero en el sistema alimentario industrial. En la última década fuimos testigos de un espectacular incremento en la especulación en los mercados de alimentos básicos de exportación, lo que disparó los precios en todas partes. Con las actuales crisis financiera y económica a nivel global, el capital especulativo busca sitios seguros donde multiplicarse. Los alimentos y las tierras de cultivo son esos sitios. “Todo el mundo debe comer”, es el mantra que recitan en las juntas directivas. La carrera es por ver quiénes logran controlar los recursos para la producción mundial de alimentos —las semillas, el agua y la tierra— y la distribución global de los mismos. Hoy, gran parte de esos recursos y sistemas alimentarios siguen en manos de los campesinos. Por ejemplo, 90 por ciento del mercado de la leche en India, el más grande del mundo, sigue en manos de millones de pequeños productores de lácteos y de vendedores ambulantes que colectan la leche y la llevan fresca a los consumidores. Éstos son la clase de mercados que las corporaciones, los bancos y los inversionistas quieren controlar.
El dinero también fluye directamente hacia la agricultura industrial y las adquisiciones de tierra. Los bancos, los fondos de inversión y los fondos de pensiones se utilizan activamente para comprar tierra por todo el mundo. Los datos y los contratos son muy difíciles de obtener, pero los cálculos actuales nos hablan de entre 60 y 80 millones de hectáreas que han pasado a manos de los inversionistas extranjeros para producir alimentos tan sólo en los últimos años. Esto es igual a la mitad de la tierras agrícolas de toda la Unión Europea. La mayor parte de esto ocurre en África, donde los derechos consuetudinarios de los pueblos a la tierra están siendo ignorados de manera flagrante.
Esta última tendencia de acaparamiento global de tierras —en pos de una producción dislocada— es sólo parte de un asalto mayor a la tierra, los territorios y los recursos. El acaparamiento de tierra provocado por la minería, el turismo, los agrocombustibles, la construcción de represas, los proyectos de infraestructura, la madera y ahora el comercio de carbono son parte del mismo proceso: volver a los campesinos refugiados en su propia tierra.
Hay mucho por hacer. Pero GRAIN quisiera utilizar esta oportunidad, aquí en el Parlamento Sueco, para hacer un llamado a una acción específica. Debemos ponerle fin inmediato al acaparamiento global de tierras —un urgente “repudio” masivo a los acaparadores de tierras, un decomiso tal como lo hacen las autoridades de sanidad alimentaria con algún alimento contaminado que hay que sacar de la circulación. Hacemos un llamado a todos para que hagamos todo lo posible por frenar el flujo de dinero que va a la adquisición global de tierras de cultivo. Llamamos a restituirle sus tierras a todas las comunidades rurales afectadas. Ponerle un alto al acaparamiento de tierras no sólo tiene que ver con lo que es legal. Tiene que ver con lo que es justo.
Aquí en Suecia, la gente puede comenzar por hacerle frente a compañías como Black Earth Farming, que ha comprado o rentado tierras de cultivo en el extranjero. Aquí en Suecia no se les permite hacerlo y no debe permitírseles hacerlo afuera. Debemos lanzar campañas para presionar a Swedfund, que utiliza dinero de los contribuyentes para financiar a Addax, que acapara tierra en Sierra Leona. El fondo de pensiones sueco AP2 entra también a las adquisiciones globales de tierras de cultivo como nueva estrategia para supuestamente proteger los ahorros de retiro de los trabajadores suecos. Los programas suecos de asistencia al desarrollo deben someterse a escrutinio, y ya hay indicios de que algunos promueven el acaparamiento en Mozambique y otras partes. Tales acciones y campañas ya se están gestando en otras partes de Europa y Estados Unidos. Debemos fortalecerlas y apoyarlas: debemos detener el acaparamiento de tierras en su mismo origen.
Muchísimas gracias. Por este premio y por su atención.
Nenhum comentário:
Postar um comentário